Amici, camerati, compagni:
Parece que fue ayer, total cien años pasan volando, pero ha pasado un siglo de un hecho que fue determinante en la historia de España del siglo XX y, por consiguiente, en la realidad actual, aunque con los papeles cambiados. La cosa va sobre el intento regeneracionista de don Miguel Primo de Rivera, el padre de José Antonio.
Don Miguel fue un militar muy “liberalote”, de los también llamados “comecuras”, y que se las tuvieron tiesas en las varias guerras civiles o carlistas que nos autoinfligimos, porque nos sobran energías como Nación y no sabemos cómo gastarlas.
Y, es que, camaradas, don Miguel asistió con rabia a la pérdida de los últimos restos coloniales, y advierte de la situación política y moral conocida como “El desastre del 98”, la guerra con los EE.UU, el Imperio mundial emergente, con la excusa falsa, el “casus belli”, del hundimiento del “Monitor” Maine, en la rada de La Habana: una falsedad tamaño EEUU.
El desastre del 98 supuso para España la pérdida de la mitad de su población y de su territorio, que ciudadanos españoles de pleno derecho se convirtieran en ciudadanos de segunda clase bajo dominio estadounidense en Puerto Rico, Cuba o Filipinas, así como la pérdida de 100.000 vidas. Supuso afrontar que había dejado de ser una potencia de primer orden en un mundo nuevo que la estaba dejando atrás. Supuso una crisis de conciencia que se refleja en la literatura y en la política, y en concreto en movimientos como el regeneracionista que protagonizaria Joaquín Costa, que fue el que acuñó el concepto de “Cirujano de hierro”, tan apropiado para el mal llamado “Dictador”, que acabó con la corrupción de la oligarquía y el caciquismo en España.
Don Miguel Primo de Rivera, como un patriota de los pies a la cabeza que era, se convirtió en un militar reformista, partidario de un estado unido y fuerte, que buscase un desarrollo económico que hiciera salir al país del atraso, acabando con el “turnismo” canovista: un reparto del poder distribuido por la Corona, entre liberales y conservadores, que organizaba las elecciones para que las ganara a quien le tocaba gobernar y así repartirse el “momio” del Presupuesto.
EL FIN DE LA RESTAURACIÓN
En 1917 fue un año fatal para España y para Europa. A raíz de la revolución rusa, un régimen de carácter y con carácter -el zarismo- cayó víctima de sus propios errores militares. Casi automáticamente, se produjo una ola revolucionaria que llegó a España, que sumándose a la situación económica -alza de los precios causada por el auge exportador producido por la Primera Guerra Mundial- llevó a la fantasía revolucionaria a los partidos marxistas y a sus sindicatos.
A las luchas obreras se le unió el desastre de annual, una terrible matanza de españoles en una guerra en defensa de la posición de nuestro país en el Protectorado de Marruecos.
En fin, que a don Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, incitado por los industriales, y la burguesía catalana en general, efectuó lo que se llamaba un “Pronunciamiento”, que no llega a la categoría de golpe de estado, sino simplemente un “hasta aquí hemos llegado”, sin pegar un tiro y sin oposición del resto de capitanes generales, que estaban al corriente. De eso hace ahora 100 añitos de nada.
Primo de Rivera supo encauzar el malestar de los militares, muchos al borde del putsch incontrolable, y quiso contar con el apoyo de políticos y periodistas para que la opinión mostrara que era un movimiento nacional contra la situación. En definitiva, se trataba de evitar la impunidad de los políticos profesionales, que se lo repartían todo, y modernizar el país, tal y como estaba ocurriendo en Italia con Benito Mussolini.
EL DICTADOR SIMPATICO
Miguel Primo de Rivera nació en Jerez de la Frontera. Ahí es ná. Y del gracejo, gusto por la buena vida, amor por las mujeres y por España, qué vamos a decir. Bueno, sí, digamos que su sentido de la vida estaba en la antítesis del gallego genial: Francisco Franco. Pero uno sin el otro no se entiende lo que ocurrió en nuestra Nación.
Porque quien pergeñó la política de acabar con la guerra de Marruecos fue, precisamente, Miguel Primo de Rivera con el desembarco de Alhucemas.
La primera operación anfibia de la historia moderna, que tras unos titubeos abandonistas, se dio cuenta de que esa guerra se podía ganar. Seguramente porque ya sabía de las andanzas de un “comandantín”, que daría mucho que hablar -lo sigue dando-, y me da igual que me multen por hablar bien de él.
Pero es que -y la gente no lo sabe- puso en marcha los jurados laborales, y con apoyo de la UGT de Largo Caballero, la Dictadura intentó seguir un camino intermedio entre el sindicalismo de libre asociación y el sindicalismo único y obligatorio del fascismo o comunismo. Para ello Primo de Rivera se propuso acabar con los sindicatos de clase para sustituirlos por sindicatos con meras funciones asistenciales de educación y disciplina de los propios asociados, y que actuaran como intermediarios para elegir a los representantes de los trabajadores en los comités paritarios de las corporaciones de los diferentes oficios y profesiones que se proponía crear.
La culminación de ese proceso se produjo en noviembre de 1926 con la creación de la Organización Corporativa Nacional (OCN), cuyo objetivo último, según la historiadora Ángeles Barrio, era garantizar la paz social mediante una política de intervención en el mundo del trabajo (lo que se denomina como corporativismo social).
Primo de Rivera ofreció la representación de la clase obrera en la OCN al sindicato socialista, la Unión General de Trabajadores (UGT), lo que causó una honda división entre los partidarios de colaborar con Primo de Rivera, encabezados por Francisco Largo Caballero, y los contrarios, cuyo líder era Indalecio Prieto. Ganaron los primeros, y la UGT se incorporó a la OCN y, de paso, masacró a la CNT, que se llevó todos los palos por alojar en su “hinterland” a los pistoleros de la FAI.
En pocas palabras, el sistema sindical y social del Directorio era muy, pero que muy parecido a lo que luego, tras el Alzamiento, se llamó la CNS.
Alguien dijo que las bayonetas sirven para muchas cosas, pero no para sentarse encima de ellas. Primo de Rivera sabía que tenía que normalizar el gobierno de facto que ostentaba, e intentó formar un partido político que no fuera un partido político: un movimiento, vamos. Para ello pugnó por implantar su Unión Patriótica Española. En la foto de abajo, su sede en Valencia.
Haciendo lo que otro grande de nuestra historia, Miguel Maura (el del “anís Maura”), denominó “hacer la revolución desde arriba”. En la foto, Primo de Rivera explica en qué consiste su nuevo partido a unos obreros y campesinos. Nunca nadie había hecho esto, la política era cosa de señoritos y caciques.
De la misma manera, se aprobaron medidas de construcción de carreteras, puentes, ferrocarriles, etc. Y para ello se instauró un primer sistema tributario que hacían pagar a los “riquines” por primera vez. Y esto fue gracias al llamado “protomártir”, una eminencia de talento y de honradez: don José Calvo Sotelo, que fue asesinado el 13 de julio de 1936 por unos pistoleros del PSOE.
Este cruel asesinato provocó el estallido del Alzamiento Nacional y decidió a Franco a encabezarlo.
Los borbones, borbonean
Pero, camaradas, poco dura la alegría en la casa del pobre. Llegó la crisis de 1929, y en un solo año, todo el proyecto regenerador de Primo de Rivera fue desalojado del poder: el rey Alfonso XIII no le apoyó ante el malestar político que un “cirujano de hierro” había suscitado por intentar poner en orden a una Nación aún desordenada y con poca vertebración social.
El caso, camaradas, es que las puertas del exilio se abrieron para don Miguel, y se cerraron tras él: acabó en París. Y a los pocos meses de llegar, en marzo de 1930, falleció. Un documental de la época, aquí.
Alguien dijo que, “en España se entierra muy bien”. Vamos, que se reconoce la valía de nuestros prohombres una vez que ya no están en este valle de lágrimas: “muerto el burro, cebada al rabo”, que dice el refranero español.
Caída la “dictablanda” de Berenguer, y huido el monarca pusilánime, un año después, las hienas de la época -Jorge Javier, la Ser, Roures y Guayoming aún no existían- persiguieron a todos los hombres de la élite talentosa del país. Y a los que no pudieron enjuiciar, por no se sabe qué crímenes, pues intentaron denostarlo y ensuciar su nombre. Este fue el caso del “cirujano de hierro”. Y fue lo que hizo salir a un brillante abogado, de una muy buena familia jerezana con posición, a defender la memoria de su padre y a la Nación española en el parlamento, en la prensa y en la calle. Se llamaba, y se llamará para la eternidad, José Antonio Primo de Rivera.
Vuestro otoñal Otto.