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La Espada y el Crisantemo

Amici, camerati, compagni:

Tras la tormenta de fuego que se desató en el Japón gracias a la insuperable fuerza económico-tecnológica del poder de los EE.UU, tal y como dijo tras el ataque a Pearl-Harbour, el general Yamamoto,

el Pentágono encargó un libro con la esencia del pensamiento tradicional japonés, para que una vez ocupado el archipiélago, se pudiera entender a un pueblo tan valeroso, que podría convertirse en un enemigo feroz que amargara la ocupación al victorioso, que no valeroso, invasor yankee.

Este libro se llama así: “El crisantemo y la espada”, publicado por Ruth Benedict en 1946.

La autora nos narra una fábula infantil incluida en los libros de texto japoneses anteriores a la II Guerra Mundial: un cachorro, nacido débil, fue criado por un hombre al par de sus hijos. Cada mañana, cuando su dueño se iba al trabajo, el perro lo acompañaba hasta la estación; por las tardes, el animal acudía para acompañarlo de vuelta a casa. Un día, el buen hombre murió, pero el perro continuó yendo y viniendo a la estación a esperarlo… Para un occidental, el relato ilustraría ejemplarmente la idea de fidelidad. Para un japonés, en cambio, la moraleja es (o era) otra: al actuar así, el animal satisfacía la deuda contraída con el hombre. Estamos hablando de un código ético en el cual el sentido del deber aprieta con más fuerza que los lazos emocionales.

La vergüenza es de patriotas. La culpa es de traidores.

De no cumplir con sus obligaciones -familiares, profesionales, sociales- la vergüenza ante sus camaradas se cierne sobre el patriota. Sin embargo, la culpa, o el pecado, es de origen judeo-cristiano, tiende a paralizar la acción humana y a convertir al que se siente “culpable” en objeto de manipulación. Por ejemplo, si se hace sentir culpable a un hombre por ser hombre, ya es fácil conducirlo a las más absolutas abyecciones. Es decir, se le convierte en esclavo de las Charos y de Hacienda, que son prácticamente lo mismo y vampirizan al hombre honrado.

En los Estados Unidos se temía que la guerra duraría por lo menos tres años, acaso diez, quizás más -escribió Benedict-. En el Japón se aseguraba que iba a durar cien. La contienda no duró tanto, como sabemos. El lanzamiento de sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 obligó al Japón a rendirse.

Ahora que está tan de moda decir que a Putín lo van a llevar al Tribunal de la Haya por crímenes contra la humanidad en Ucrania, yo pienso que más grande la hicieron con el Enola Gay y jamás hubo ni una pequeña disculpa del vencedor sin piedad -presidente Truman- respecto al honroso vencido Japón.

Honorable Onoda

Corría el año 1974, cuando en la jungla de Filipinas, tras muchos intentos fallidos de convencerlo, un soldado japonés, Hirō Onoda, se rindió entregando su espada tras recibir órdenes de su superior, que en 1945 le ordenó resistir hasta que volviera con refuerzos.

Abandonado en la isla filipina de Lubang, siguió defendiendo su bandera y a su emperador sin saber que su misión ya era inútil, pues la guerra había acabado hacía 39 años. En Filipinas, curiosamente, al igual que aquellos últimos españoles -los héroes de Baler- que resistieron casi un año encerrados en una iglesia de Luzón por una tierra que ya no era suya.

El sentido del deber

Si hay un indicador claro de que nos encontramos ante propuestas políticas “populistas”, o “demagógicas” para los estudiantes de bachiller del Plan antiguo, es que el político de turno evita cuidadosamente afirmar que hay que tomar en cuenta la realidad, y que lo que viene -el ajuste- lejos del reino de Jauja, va a ser duro, muy duro. Y es que una sociedad convenientemente “dopada” con el “soma”, la droga milagrosa que Aldous Huxley, en 1932, describió en “Un mundo feliz”,

Y cuando parece que el “cambio de ciclo” -el backlash: volveremos sobre este concepto-palabro prontamente, ya veréis-, con el agotamiento del discurso “woke”, antes llamado “progre”, o de “rojillos de la Hoac”, el turno de las políticas conservadoras está al caer, por mucha cortina de humo que el sistema quiera convertir la guerra de Ucrania-Rusia. Pero que la “reacción” ante tanta fechoría de los globalistas no se convierta en un nuevo ajuste que pague “pocarropa” y que vuelva a reiniciar el ciclo de las protestas sociales, como ya paso en el año 2011 con el 15-M podemita,

va a depender -y mucho- de cómo las fuerzas patrióticas, las que pisan la calle, las que intentan nuclear a todos los disidentes del mundo, vamos, el “Tercer sector”, los patriotas, con sentido de comunidad nacional. De ahí la importancia de que vayamos todos unidos, con disciplina y orden a los actos, concentraciones, manifestaciones y cualquier evento en que nos re-conozcamos.

Esta es la forma de fortalecer y apretar filas, recias, marciales, como decía la canción “Prietas las filas”: aquí la canción. De nada.

Porque, amigos, ya lo decía el Duce:

Salute a tutti il camerati:

Otto.