El 27 de diciembre de 1870, en la calle del Turco de Madrid, descerrajaban varios trabucazos al general D. Juan Prim Prats. Según la versión oficial fallecía tres días después a consecuencia de las graves heridas sufridas sin que nada se pudiese hacer por su vida. Se suscitaron muchas dudas y sospechas respecto a la atención médica recibida y sobre el fallecimiento, así como sobre los verdaderos autores, los intelectuales, de su asesinato. Todo ello conformó un galimatías histórico que ha tenido un largo recorrido, aunque durante decenios olvidado, que ha llegado hasta hoy, y que nos puede permitir realizar razonables comparaciones con sucesos más recientes.
Era el finado general Prim, a la sazón, presidente del Consejo de Ministros, ministro de la Guerra y Jefe de los Ejércitos, por tanto el hombre más poderoso de España, a lo que unía su enorme popularidad, ya que había sido el más destacado muñidor de “La Gloriosa”, la revolución que destronó a Isabel II, y por su valor demostrado en la Guerra de Marruecos, donde había sido laureado y ganado el marquesado de Los Castillejos. El general Prim pretendía cambiar la decadente España de los Borbones alejándolos definitivamente del Trono, quería modificar el rumbo de una nación empobrecida por una dinastía nefasta y parecía destinado a modificar profundamente el discurrir histórico de España. Había aceptado la tarea y se aplicó a ella con decisión y entereza. Cuando estaba próximo a culminar su obra recibiendo al nuevo rey de la Casa de Saboya, Amadeo I, un atentado, dirigido desde la sombra por poderosas manos, segó su vida.
Las sospechas se dirigieron rápidamente hacia importantes personalidades políticas, empezando por el regente, el general Serrano, duque de la Torre, y continuando por Antonio de Orleáns, duque de Montpensier, ambos como instigadores, y hacia Paúl y Angulo, un republicano extremista enemigo declarado de Prim, como autor material, que habría reclutado a individuos del lumpen para perpetrar el mortal ataque. La Justicia actuó de inmediato y comenzó la instrucción del sumario 306/1870, y también inició su penoso y sorprendente recorrido repleto de presiones e injerencias del Poder Ejecutivo con intención de ocultar los hechos y diluir las altas implicaciones. El fiscal, D. Joaquín Vellando, actuó con probidad y valor. Ordenó detener al coronel Felipe Solís y Campuzano, ayudante del duque de Montpensier, y a José María Pastor, jefe de la escolta del General Serrano, dado que había testimonios que demostraban su participación como organizadores de la conjura, y solicitó el ingreso en prisión del duque de Montpensier, pero fue cesado para que no continuase con la instrucción y para permitir el sobreseimiento, para lo que también se buscó un juez adecuado, que lo firmó el 5 de octubre de 1877 tras siete años de calvario judicial. Todos los imputados quedaron libres, incluso aquellos confesos de haber participado en anteriores intentonas de asesinato, y alguien poderoso se preocupó de eliminar a posibles testigos. Hasta 18 personas relacionadas con los hechos murieron en extrañas circunstancias a lo largo de la década. Todo fue enviado al olvido y, no muchos años después, salvo en círculos especializados, nadie conocía los avatares y posibles responsabilidades aristocráticas del atentado contra el general Prim. Para entonces ya se habían alcanzado los objetivos del asesinato, pues la monarquía de Amadeo I había naufragado, la I República se había autodestruido y se había consumado la restauración en la persona de Alfonso XII, con lo que los Borbones volvían al Trono, precisamente lo que Prim había dicho que no se produciría “jamás, jamás, jamás”. Poco después, el 23 de enero de 1878, como si de una burla histórica se tratara, Alfonso XII se casó con María de las Mercedes, hija del duque de Montpensier y sobrina de Isabel II.
Llegados a este extremo resulta fácil encontrar similitudes con otro atentado mucho más reciente y que también provocó efectos de gran asimetría. Por supuesto me refiero a la matanza en los trenes del 11 de marzo de 2004, otro ataque, como aquel de 1870 contra Prim, que consiguió sus objetivos, que eran el cambio de gobierno orientado hacia una modificación de régimen, y así ambos desencadenaron cambios que torcieron el rumbo de los acontecimientos históricos. También los dos atentados y su investigación fueron manipulados, muchos datos ocultados por interés político y la información sesgada con la ayuda de medios afines. Se puede afirmar que el magnicidio del general Prim y la masacre del 11-M son atentados paralelos, y, por tanto, de lo acontecido en el pasado se pueden extraer enseñanzas que nos sirvan para que en el presente y el futuro no caigamos en los mismos errores.
Como ya se ha indicado las circunstancias del asesinato de Prim fueron olvidadas, y los legajos del sumario enterrados bajo kilos de papel y polvo. Tuvieron que pasar 80 años, hasta finales de la década de los 50 del siglo pasado, para que D. Antonio Pedrol Rius volviese a sacar a la luz el sumario y lo estudiase detenidamente. Si bien sólo insinuó la autoría intelectual del duque de Montpensier, y cargó sobre Paúl y Angulo la autoría material, alguna susceptibilidad debió herir, porque, a partir de entonces, se cometieron todo tipo de desmanes sobre la documentación, con desaparición de miles de folios, el emborronamiento de otros y la exposición a la humedad de todos los legajos. De esta forma, unos años después, de los 18.000 folios iniciales, el sumario se había reducido a 6.000, el resto había desaparecido, y lo que quedaba fue encuadernado de forma desordenada, sin duda con la intención de evitar un estudio detallado de lo que había salvado del brutal expurgo. Ocho décadas después aún había personas interesadas en ocultar la verdad, tal vez con la intención de no perjudicar la nueva restauración borbónica en la persona de Juan Carlos de Borbón, que se estaba gestando en el seno del franquismo. Así se lo encontró la Comisión Prim del Departamento de Criminología de la Universidad Camilo José Cela, que actualmente está realizando un estudio dirigido por el Dr. D. Francisco Pérez Abellán. Ahora los prejuicios y los intereses son menos y la perspectiva histórica suficiente, y se habla paladinamente de la autoría intelectual del duque de Montpensier y del general Serrano. Los expertos que la Universidad Camilo José Cela ha reunido acaban de comenzar el examen de la momia del general Prim, y la primera sorpresa ha saltado, pues se han encontrado evidencias de que probablemente fue estrangulado con un cinturón o una tira de cuero, supuestamente porque los asesinos no estaban seguros de que falleciera de las heridas que le habían infligido, y lo habrían rematado en su residencia oficial, el Palacio de Buenavista, donde estaba recibiendo cuidados médicos. De confirmarse esta conclusión provisional, 142 años después estaríamos totalmente seguros de que los asesinos habitaban en palacios, no en las casuchas de los arrabales.
En el caso del asesinato de Prim, además de conseguir sus objetivos, los autores intelectuales del crimen lograron boicotear la instrucción del sumario, evitar el juicio oral, forzar el archivo y disolver en poco tiempo el recuerdo de la memoria colectiva. Aunque todos tenían en mente quiénes eran los verdaderos responsables, nadie fue condenado. En lo relativo al 11-M, más de ocho años después de la matanza, se ha llegado al final del camino judicial tras la instrucción del sumario, en la que se produjeron todo tipo de sorprendentes decisiones, aprovechamiento de una parte ínfima de muestras, declaraciones contradictorias de testigos y peritajes más que discutibles. Como resultado final tenemos un único condenado como autor material, Jamal Zougham, que sigue manteniendo su inocencia y, por ello, está en una celda de aislamiento desde 2004, y nos mantenemos en un desconocimiento total sobre los autores intelectuales y de muchos de los cómplices o colaboradores. Pese a todo ello, se ha vuelto a encender una lucecita que puede llevar a la reapertura del sumario, y es la citación a Zougham para declarar ante la juez, dado que se tienen dudas razonables sobre la declaración de dos testigos, que habrían mentido en su deposición ante el tribunal, lo que, de probarse cierto, nos mostraría un montaje que haría derrumbarse definitivamente todo lo instruido y lo sentenciado.
En la actualidad se está en la última etapa, en la que hay muchos interesados, y esa es la del enterramiento del 11-M, la del olvido del mayor atentado de la historia de España, que produjo un cambio de régimen y originó una sucesión de acontecimientos que han cambiado el discurrir histórico. Ante ello debemos intentar por todos los medios a nuestro alcance que con el 11-M no suceda lo mismo que con el asesinato de Prim, que sea dentro de un siglo y medio cuando nuestros descendientes vean desvelada la identidad de los autores intelectuales y lleguen a la convicción de que no habitaban en lejanos desiertos, sino en más cercanas y acomodadas mansiones. Lamentablemente, en ese momento de un lejano devenir, los únicos interesados serán los historiadores.
No podemos permitir que supuestas razones de Estado, intereses corporativos o servidumbres de política internacional amordacen a la opinión pública y oculten la verdad, y cada cual, según sus posibilidades, debe apoyar a las organizaciones y personas que continúan en el combate para proyectar luz sobre todas las sombras e iluminar a todos aquellos que siguen ocultos en la noche de la impunidad.
Manuel Montes