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Representación tragicómica del 1 de mayo

Ayer día uno de mayo asistimos a la celebración del día del trabajador y comprobamos como esta se convirtió en una rutina más de las que nada dicen a los españoles, una representación teatral, con puesta en escena de gran presupuesto, pero con un contenido ridículo y triste que lo convierte en tragicomedia de escaso valor.

Los sindicatos “de clase”, financiados con dinero público proveniente de los impuestos de todos, han hecho realidad la célebre frase marxista de que la historia se repite como farsa: si ellos son sindicatos “de clase”, son sin duda de una clase muy diferente de la que ellos pretenden.

De hecho, lo único que han conseguido hasta ahora ha sido integrar y normalizar la protesta dentro de un estado de cosas en el que los trabajadores pierden cada día más derechos.

La consecuencia es que mientras que se organizan manifestaciones y se reivindican retóricamente “esos” derechos cada primero de mayo, los trabajadores, la clase media y en general todos los elementos productivos del país ven cercenados estos y sus potencialidades, al tiempo que son enredados en conflictos que a nadie interesan; nuestra clase trabajadora está cada día más cerca de vivir en condiciones propias del capitalismo salvaje del siglo XIX que de ese estado del bienestar de finales del siglo XX.

Esta situación está ya tan asumida que incluso los innumerables casos de corrupción, que implican a un buen sector de la izquierda española -por ejemplo, en el asunto de las Cajas de Ahorro, amén de los célebres ERE de Andalucía-, no han conseguido hacer mella en el estatus de los sindicatos como “representantes de los trabajadores”. Nuestras clases dirigentes no reconocen otra interlocución con los trabajadores que los denominados “sindicatos mayoritarios”, pese a que sus mayorías electorales las obtengan en medio del desinterés general por las elecciones sindicales y de una alta abstención.

Por eso, mientras que estos sindicatos sigan funcionando así, nada podrá hacerse. Unos y otros son depositarios de esa idea según la cual el mundo del trabajo es una parte del sistema de intereses que concurren al mercado a negociar el precio de su fuerza de trabajo.

Esta es la razón de la inoperancia a día de hoy de las reivindicaciones de los trabajadores. Esta es la razón también de que año tras año a todos los que producen, crean y se esfuerzan, les vaya peor que en el año anterior.

Es fácil mirar atrás y ver el terreno perdido y, del mismo modo, es fácil contemplar el futuro sombrío que aguarda laboralmente a la joven generación. Y todo ello independientemente del signo político del gobierno de turno.

A fecha de hoy nadie respeta a los trabajadores más que durante el breve momento en que les piden el voto. Por lo demás, sindicatos, izquierdas y derechas se pelean quizás precisamente para que nadie discuta aquellas cosas de las que nadie quiere hablar y en las que todos ellos están tácitamente de acuerdo.

Es necesario, por tanto, recuperar el respeto para los trabajadores. Hace falta Respeto.

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