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Orgullo Juggernaut

Amici, camerati, compagni:

Desoyendo, como siempre, las sabias palabras que me aconsejan prudencia, como castellano viejo que soy

y acometiendo con valentía legionaria excelente la charla del jurista, legionario y persona de bien, Nacho Menéndez, la concelebración de la “fiesta de guardar” globalista “par excellence”, paso a daros una explicación que os debo, que diría el personaje del  divisionario -mal que les pese a los progres- Berlanga:

La culpa del nombrecito del artículo de hoy la tiene el título de una película setentera, de las llamadas “cine de catástrofes”:

El “juggernaut” es, por consiguiente, cualquier evento o fenómeno social de carácter autodestructivo que acaba con sus propios “fieles” que lo adoran, dado que en las cabalgatas promocionales para celebrar la festividad, que se celebra en la ciudad de Puri, en la India, en la que se pasea una gran carroza procesional que lleva la imagen del dios Krishna, el «señor del universo».

Algunos observadores europeos del siglo XIX que habían asistido a la procesión afirmaban que no se dudaba en aplastar a los fieles que se interponían en el camino de la carroza, de ahí el uso metafórico del término desde ese momento. En el ámbito de las ciencias sociales se utiliza a menudo como metáfora de la modernidad. El sociólogo Anthony Giddens -el de la “tercera vía”, no confundir con la “third position”, please- relata el rito del Juggernaut como una procesión en la que la figura adorada era transportada gracias a troncos que hacían su trayectoria difícilmente predecible, lo que propiciaba accidentes mortales y la posibilidad de que se saliera completamente del camino. Este relato sirve a Giddens y a otros sociólogos para explicar un sistema económico y social insuficientemente controlado y siempre en riesgo de volverse contra quienes lo veneran.

Y con esta metáfora quiero introducir la crítica de los tiempos que nos han tocado vivir. Porque, camaradas, mientras en el Occidente opulento y decadente, la destrucción de los valores familiares, la natalidad, la cultura propia y el concepto en el que se cifra todo ello, la Patria, lo que lleva a la disolución de la identidad y a la psicosis colectiva, en el Oriente ya no tan lejano, se mantiene férreamente el control sobre las mentes y las vidas, de tal manera que se va construyendo una amenazante unidad Estado-Sociedad, sin fisuras, y con una capacidad económica y militar que avanza y pronto adelantará a la del Big Stick yanqui: la China.

Lo de arriba -los chinitos haciendo “la conga”- es una semi-fake: está hecho en Taiwan. Pero en China-China, no. ¿Por qué?. El gran Confucio advirtió a los mandarines, que el ejemplo de la familia bien regida, en el que el respeto y el orden reinan, sirve de ejemplo para la gobernación del estado.

Esto es, en definitiva, lo que ha permitido a China salir de la pobreza, de ser un objetivo caritativo del “Domund” a estar en la antesala de la dominación del mundo, juntando el “ying y el yang”, el capitalismo de la mano del Estado comunista, hasta convertirse en el líder de todos los movimientos que buscan la debacle de la cultura de Occidente.

A mi me resulta muy curioso que cuando un pequeño país, de cultura europea (grande Viktor Orbán, grande Hungría),

se atreve a poner en cuestión el adoctrinamiento de los niños en la escuela por parte del “lobby” globalista-gay, los medios de comunicación, los perros de presa del poder, se ponen al unísono, bajo la batuta del inefable Soros, amenazando con la expulsión del paraíso-balneario de la Des-Unión Europea, curiosamente en la Hungría natal del pajarito, porque allí lo conocen muy bien y no lo quieren ver ni en pintura.

Decimos que, por criticar algo que, simplemente, pretende que se mantenga fuera de la enseñanza la perversión, los vicios privados, y que no se conviertan en “virtudes públicas”. Porque “público”, es decir, responsabilidad de los gobernantes, es que la cultura de un pueblo se mantenga como esencia de su existencia, y que la familia sea respetada y no se cuestione, so capa de la tolerancia, la propia pervivencia cultural.

Vicios privados, ¿virtudes públicas?

El Bosco, en su tabla-tríptico, del “Jardín de las delicias”,

nos muestra su visión del infierno como el lugar en el que la vergüenza desaparece, porque ya no se puede caer más abajo. Un submundo que han reflejado durante siglos lleno de esclavos asediados por las llamas pero que, poco a poco, y contando con la anuencia de la Santa Madre Iglesia, se ha ido convirtiendo en el lugar del erotismo, el juego, el sexo sin tabúes y sin sacramentos de por medio, en el que todo está permitido y los instintos animales del ser humano adquieren el más vivo de los protagonismos y reina un desenfreno que abotarga. Nos muestra un placer de alcohol, drogas y lujuria, que quiere ocultar el miedo y el hastío que, sin duda, operan como causa y efecto de la propia desidia moral de un libertinaje fomentado por el poder.

La “tercera posición” y el “elegetibismo” globalista: el orgullo según el fascismo.

Quiero resumir mi especial visión con el título y affiche de una película, mezclándolo con un artículo del hoy poco recordado “Gecé”, acrónimo del longevo y prolífico falangista Giménez Caballero.

“En cuanto a la vida pública, el Fascismo, como el senequismo, «puodo stile di vito» es, en el fondo, que la vida es milicia. Frente al Oriente disoluto y corrupto, donde la vida es relajación moral y vicio, y al Occidente, donde la vida, «es acción».

Esta forma estoica de ver la existencia es lo contrario exactamente, de la vida degenerada, llena de reclamación y pobrismo, del que se solaza en su indignidad servil. Vamos, lo contrario exactamente del orgullo virtuoso. Acabo con una frase del  Ausente:

Es decir, que la vida buena, la que merece ser vivida, es la que se hace entre los camaradas, que luchan con dignidad, con orgullo.

Vuestro Otto.