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ALAMUT

Amici, camerati, compagni:

Érase, que se era, la cristiandad llena de fervor por recuperar Tierra Santa, los Santos Lugares y, cómo no, Jerusalén, lugar de la pasión, muerte y resurrección de quien dio nombre a la religión que profesamos, la que nuestros padres nos enseñaron a orar en nuestra Fe.

Pues bien, en aquellos tiempos de cruzadas, los caballeros cristianos no se andaban con chiquitas, y al grito de “Deus vult”, invocado por Pedro el Ermitaño y, posteriormente, por el Papa Urbano II, se conquistó Jerusalén en 1099, y en menos de 50 años, la cruz reinaba en toda Palestina.

El Viejo de la Montaña y la secta de los Hashshashin

El caso, camaradas, es que, como tantas otras veces en la historia, se llegó a cierto “statu quo” entre cristianos, musulmanes y los árabes-judíos -que los hay- que vivían en la zona, dado que era lugar de paso para todo el comercio entre Oriente y Occidente. Y cuando hay comercio los conflictos se arreglan de muchas y diversas maneras. Por ejemplo, con los matrimonios interraciales e interreligiosos, superlascivos, ya me entendéis.

Pero claro, no hay nada como un tipo amargado y dotado de cierta capacidad profética para fastidiarlo todo. Y este tipo fue, en el siglo XII de nuestra era, un tal Hassan-i Sabbah, también conocido como el Viejo de la Montaña.

Hassan fundó una arma de destrucción selectiva: la secta de los Hashshashin, nombre del que derivó la actual palabra “asesino”.

Un poco de historia

En aquella época, al igual que ahora, el Islam se encontraba dividido en dos corrientes principales: el Chiismo, que viene de la palabra “chía”, que significa “secta”, y el Sunismo, que viene de la palabra “sunna”, que significa enseñanza tradicional del Corán. Esta división surge debido a una disputa sobre la sucesión del profeta Mahoma, en la que los chiitas siguieron a Alí (familiar del profeta), y los sunnitas a un destacado hombre llamado Abu Bakr.

En la Persia del siglo XI nació Hassan-i Sabbah, de origen chií, que desde muy joven dio signos de un gran fervor religioso y se unió a los ismaelíes, una secta chiíta que buscaba la vuelta del poder religioso a las manos de los descendientes de Mahoma, sin importar el precio o las consecuencias.

Hassan pasó varios años viajando entre Persia, Damasco, Egipto y Azerbaiyán, ejerciendo como misionero para los ismaelíes, hasta que decidió asentarse en Tabaristán, al norte de Irán, cerca del mar Caspio. El lugar elegido fue la antigua y casi inexpugnable fortaleza de Alamut, que se puede traducir como el “Nido del Águila”.

Éste de arriba también era un “Nido del águila”, pero está en Berchtesgaden, en los Alpes bávaros. Me refiero al de bajo, que está en Irán, tierra de “zumbaos” y asesinos del ayer, hoy y mañana.

A partir de ese momento Hassan funda la secta de los nizaríes y será conocido como el Viejo de la Montaña, quien contrataba a sus sicarios con promesas de entrar en el paraíso musulmán con sus once mil vírgenes, y les ofrecía hachís y odaliscas a cambio de sus servicios de kamikazes-sicarios-ninjas-asesinos.

A base de sobornos, asesinatos y una férrea disciplina con sus hombres, Hassan se fue deshaciendo uno a uno de sus enemigos, llegando a tal punto de efectividad que fue considerado invencible por sus enemigos.

No importaban las precauciones o la cantidad de guardias, los nizaríes siempre lograban alcanzar sus objetivos, ya fuese limpiamente o por medio de asesinos suicidas. Y las víctimas no sólo eran los cruzados, los cristianos, sino, principalmente, los musulmanes que estaban medianamente civilizados. Porque, aunque hoy no lo pueda parecer, hubo un Islam que intentó unir fe, tolerancia, ciencia y respeto por los demás. Incluso aceptaban el consumo moderado y poético del vino: Omar Jayyam.

Ni que decir tiene que ese movimiento del Islam tolerante murió a manos, precisamente, de los salvajes tipo Hamás, Estado Islámico o Al-Qaeda. Todos asesinos y drogados: toman Captagón, una “superanfeta”.

Yihad: la chispa de la próxima guerra mundial

Y, quien piense que es un tema exclusivo entre israelíes-palestinos, se equivoca. Es del Islam, que son la Umma, la Comunidad de los creyentes contra los infieles. Es su cultura -le llaman Sharia- y la aplican a rajatabla, vaya si la aplican.

Hamás, jamás

Alguien dijo que la política es el arte de lo posible. Y nada es posible sin alianzas que, como todas, son circunstanciales.

Hoy, en Europa, el gran problema es la islamización. Las tasas de natalidad y los subsiguientes cambios demográficos son espeluznantes. Una familia musulmana en España tiene de promedio 3,6 hijos. Una española 1,5 y bajando. Cuestión de tiempo. Y lo mismo para el resto de países de una Europa envejecida y falta de fe en sí misma y en sus orígenes.

Dies irae

La agresividad no es el mal. Es propio de los animales, y, por consiguiente, propio de los humanos. Pero también es de humanos desear la paz y, para ello, para que no ocurra una agresión impune, toca prepararse para la guerra.

Defender España es defender nuestra familia y nuestra religión

Los “agendo-globalistas” pretenden deshacer los países acabando con su cultura y proceder a lo que se ha llamado “el gran reemplazo”: sustituir a los nativos por importaciones, utilizando la “solidaridad entre los pueblos” para aceptar a miles y miles de hombres jóvenes en edad militar.

Termino recordando el ejemplo de los requetés, grandes guerreros de Dios. Su valor fue legendario, sin desmerecer a los falangistas.

Así como el Decreto de Unificación de falangistas-requetés resultó esencial para ganar la Cruzada de 1936-1939, todos los patriotas están llamados -y exigidos- a defender la Patria, la Religión y la Familia, porque los enemigos de España, de Occidente, están al acecho.

No caigamos en guerras fratricidas y comportamientos cainitas, mucho menos por un conflicto donde los que van a pagar el pato son los desgraciados, carne de cañón de intereses inconfesables.

Preparémonos entonces y mantengamos la consigna del Almirante Carrero Blanco: «Orden, unidad y aguantar». Y a mí me parece perfecto, sobre todo el verbo final «aguantar».

In memoriam:

Vuestro afectísimo Otto.